SER CULTO PARA SER
LIBRE


lunes, 28 de septiembre de 2009

LA TORTILLA Y EL HAMBRE DE MODERNIDAD POR JULIO GLOCKNER [1]



Hay que reconocer
De una buena vez,
Que esta sociedad
Es el acontecimiento
Más pútrido ocurrido
En la historia del ser humano.
Oscar del Barco


La tortilla es un disco de maíz que ha cruzado decenas de siglos hasta llegar a nosotros convertida en un elemento imprescindible de la gastronomía mexicana. Debieron pasar varios milenios antes de que el teocintle encontrado en los valles de Cuicatlán y Tehuacán se convirtiera en una mazorca como las que hoy conocemos. Fue hacia el año 1,500 antes de nuestra era que el maíz se domesticó completamente llegando a tener un grano grande y duro que podía almacenarse durante periodos prolongados y permitir así el mantenimiento de poblaciones sedentarias.

El maíz, la piedra y el barro formaron una tríada que permitió la convivencia del agua y el fuego para producir la tortilla. Quizá los olmecas fueron los inventores de este noble alimento que resultaba de hervir una pequeña cantidad de maíz en una cazuela de barro, con un poco de cal viva que ayudaba a aflojar la pielecilla del grano, agregándole además valiosos nutrientes como calcio, riboflavina y niacina. Reblandecido por el calor del agua hirviendo, el maíz se molía después en la superficie lisa de una piedra, hasta obtener una masa que entre las manos de las mujeres y con suaves palmadas iba adquiriendo la forma de un disco blando y delgado que se tendía sobre el comal de barro dispuesto en el fuego. La consistencia flexible de la tortilla al retirarla del comal permite que sea utilizada también como utensilio para comer o como plato, pero sobre todo se consume doblada o enrollada conteniendo cualquier otro alimento, sea vegetal o animal.

Las diversas culturas mesoamericanas han dado cuenta del origen del maíz a través de relatos míticos. Un mito nahua refiere cómo Quetzalcóatl, después de haber traído desde el inframundo los "huesos preciosos" con los que fueron creados los hombres en Tamoanchan, puso en un predicamento a los dioses que ahora se preguntaban qué cosa comerían estas criaturas. Una hormiga roja había ido a traer maíz del interior del Tonacatépetl o Cerro de los Mantenimientos cuando la encontró Quetzalcóatl y le preguntó de dónde había sacado esos granos. La hormiga se resistía a responder, pero ante la insistencia del dios finalmente señaló el lugar. Entonces Quetzalcóatl se convirtió en hormiga negra y acompañó a la colorada hasta el enorme depósito. Entre ambas acarrearon mucho grano a Tamoanchan. Fue así como los dioses masticaron el maíz y lo pusieron en boca de los humanos para alimentarlos. Pero enseguida los dioses se preguntaron ¿Qué haremos con el Tonacatépetl? La respuesta la dieron Oxomoco y Cipactonal, la pareja primigenia, en un acto de adivinación en el que emplearon también semillas de maíz. Aquellos chamanes nahuas revelaron que el buboso Nanahuatl desgranaría a palos el Cerro de los Mantenimientos. Entonces se previno a las deidades de la lluvia, los tlaloque azules, blancos, amarillos y rojos, de lo que iba a suceder y Nanahuatl desgranó el maíz a palos. Los tlaloque recogieron el maíz esparcido ya en estos cuatro colores y todo el demás alimento que se regó al apalear el Tonacatépetl.
[2]

Es notable en este mito no sólo el origen divino del maíz y su aparición ante los humanos en cuatro colores, también lo es el origen divino de su preparación para comerlo, pues antes de darlo a los hombres los dioses lo muelen en sus bocas. La molienda y la cocción, el metate y el comal, son dos pasos imprescindibles en su elaboración como alimento. El relato da cuenta, además, del vínculo ritual que mantendrán los hombres con las deidades de la lluvia como proveedoras de alimento, y de la función oracular que tienen las semillas de maíz en rituales adivinatorios y terapéuticos. Por esta razón nunca faltan tortillas en las ofrendas de todo tipo llevadas a cabo en los más diversos lugares, desde el desierto de San Luís Potosí, las frías montañas tarahumaras, el trópico maya, o los arenales cercanos a los glaciares de los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.

El padre Joseph de Acosta, religioso de la Compañía de Jesús, escribió hacia finales del siglo XVI en su Historia Natural y Moral de las Indias lo siguiente:
“La cualidad y sustancia del pan que los indios tenían y usaban, es cosa muy diversa del nuestro, porque ningún género de trigo se halla que tuviesen, ni cebada, ni mijo… En lugar de esto usaban de otros géneros de grano y de raíces; entre todos tiene el principal lugar y con razón el grano de maíz, que en Castilla llaman trigo de las Indias y en Italia grano de Turquía… y cuasi se ha hallado en todos los reinos de Indias Occidentales, en Pirú, en Nueva España, en Nuevo Reino, en Guatemala, en Chile, en toda Tierra firme. De las Islas de Barlovento, que son Cuba, La Española, Jamaica y San Juan, no sé que se usase antiguamente el maíz”.
Esta última información es desde luego errónea, pues si bien es cierto que los taínos de las islas cultivaban principalmente la yuca, también cosechaban dos veces al año al menos tres variedades de maíz. Es más, la palabra maíz es justamente de origen taíno. Lo que sí es seguro es que no se consumía bajo la forma de tortilla sino como un bollo envuelto en hojas de la propia planta y colocadas en las brazas para su cocción.

“El pan de los indios –sigue diciendo el padre Acosta- es el maíz: cómenlo cocido así en grano y caliente, que llaman ellos mote, como comen los chinos y japoneses el arroz también cocido con su agua caliente. Algunas veces lo comen tostado… y otro modo de comerle, más regalado, es moliendo el maíz y haciendo de su harina, masa, y de ella unas tortillas que se ponen al fuego, y así calientes se ponen a la mesa y se comen, en algunas partes las llaman arepas.”
[3]

La existencia de comales de barro es la única forma de documentar arqueológicamente la elaboración de tortillas en el México antiguo, ya que es imposible encontrar muestras de su consumo, como sí ocurre, por ejemplo, con los tamales, cuyas hojas fósiles indican que se les pudo haber consumido en Teotihuacan, alrededor de las pirámides del Sol y la Luna durante el período Clásico (250 a.C. – 750 d.C.)
[4] Sin embargo sabemos que los comales se elaboraban desde el preclásico medio, digamos, unos mil años antes de nuestra era, sin que esto fuera un fenómeno generalizado, pues había zonas en el área mayo que no conocieron el comal hasta la conquista española.

Durante el período colonial, no sólo el color de la piel y las diferencias fenotípicas en general; no sólo la vestimenta, el lenguaje y la manera de hablarlo, sino también la comida que se servía o no en una mesa, fueron señaladas diferencias entre los distintos sectores sociales. El pan de trigo y la tortilla de maíz no se consumían en el mismo ámbito, eran mutuamente excluyentes por razones de clase, de status social, algo que hasta la fecha perdura en algunos sectores que no han podido superar ridículos prejuicios ancestrales. No obstante, la permanencia de la tortilla durante el largo período de mestizaje fue sin duda un elemento importante en la configuración de la nueva identidad cultural que lentamente se forjó durante aquellos siglos. Ni criollo ni indígena, sino mestizo, que lo mismo come pan que tortilla.

En las primeras décadas del siglo XIX una bella mujer escocesa, esposa del primer embajador de España en México, Fanny Calderón de la Barca, dejó una interesante descripción del país y sus costumbres en la correspondencia que mantenía con sus familiares. En una de esas cartas escribió lo siguiente:
“Las tortillas, alimento habitual del pueblo, y que no son más que simples pasteles de maíz, mezclados con un poco de cal, y de la misma forma y tamaño que nuestros scones, las encuentro bastante buenas cuando se sirven muy calientes y acabadas de hacer, pero insípidas en sí mismas. Su consumo en todo el país se remonta a los primeros tiempos de su historia, sin cambio alguno en su preparación, excepto con las que consumían los antiguos nobles mexicanos, que se amasaban con varias plantas medicinales, que se suponía las hacían más saludables. Se las considera particularmente sabrosas con chile, el cual para soportarlo en las cantidades en que aquí lo comen, me parece que sería necesario tener la garganta forrada de hojalata”.
[5] Madame Calderón de la Barca probó también el pulque y le gustó, según confiesa en otra carta, después de vencer el disgusto que le produjo su olor a rancio. Pulque y tortilla son la perfecta combinación del campesino del altiplano central. A mediados del siglo XIX, el fundador de la antropología moderna, Edward Tylor, probó esta deliciosa combinación en el hotel donde estaba hospedado en la ciudad de México: El pulque –escribió Tylor- parece leche y agua, tiene un sabor suave y sabe a huevos podridos. Las tortillas son como pastel de avena, pero hechas de grano indio, muy blandas y jugosas. Durante un día o dos nos parecieron horribles, pero luego empezamos a tolerarlas mejor. Al final nos llegaron a gustar, y antes de dejar el país ya no podíamos estar sin ellas…” [6]

Como sabemos, el diecinueve fue un siglo afrancesado, tanto que en 1891, durante la celebración del cumpleaños de Porfirio Díaz en el Teatro nacional, se sirvió exclusivamente coñac, vinos y comida francesa. Por cierto, en este banquete, sólo los hombres se sentaron a la mesa y eran contemplados por sus esposas desde la galería. Muy afrancesados pero machos al fin. Esta elegancia importada, un tanto ridícula por su impostura, alcanzó su culminación durante las veinte cenas ofrecidas con motivo de la celebración del centenario de la independencia, en las que no se sirvió un solo plato mexicano. Fue Manuel Payno quien denunció que la etiqueta prohibía el consumo de tortillas de maíz y chiles rellenos debido a su imagen plebeya. Pero el asunto no paró ahí. En los albores del siglo XX las clases altas mexicanas que consideraban al maíz como simple forraje para los indios, “comenzaron a atribuirle un nuevo y siniestro significado, considerándolo como uno de los principales impedimentos para el desarrollo nacional”
[7]

En su obra El porvenir de las naciones hispanoamericanas, el senador Francisco Bulnes atribuía el retraso de México a una combinación de conservadurismo ibérico y debilidad indígena. Utilizando las falacias de una supuesta ciencia de la nutrición, Bulnes explicaba la debilidad del pueblo mexicano recurriendo a la división de la humanidad en tres razas: los pueblos del trigo, los del arroz y los del maíz. Luego de exponer los supuestos valores nutritivos de cada cereal llegaba a la siguiente conclusión: “La historia nos enseña que la raza del trigo es la única verdaderamente progresista” y que “el maíz ha sido el eterno pacificador de las razas indígenas americanas y el fundador de su repulsión para civilizarse”. Por si esto fuera poco, Bulnes afirmaba que “En la humanidad, las especies conservadoras (como los indígenas mexicanos), experimentan en su organismo una especie de mineralización que las inclina hacia la inmutabilidad y pasivismo de las rocas”, lo que cancelaba toda posibilidad de de un progreso futuro.
[8]

El grupo de “los científicos” porfirianos encontraban atractivo el discurso de las proteínas y los carbohidratos porque proporcionaba una explicación al subdesarrollo nacional sin recurrir a las doctrinas de un racismo extremo que condenaba al país a un atraso eterno. El racismo alimentario dejaba entrever una esperanza de superación y progreso si la población nativa se alimentaba adecuadamente, y más aún si adoptaba las costumbres europeas.

La fe en el progreso importado se derivaba de una premisa fundamental: que era la cultura y no la raza la que determinaba la modernidad. No era necesario ser europeo de nacimiento; bastaba con actuar como europeo, vestir como europeo, comer como europeo. La prensa de la época exaltaba las virtudes del pan de trigo considerándolo como el alimento del mundo civilizado, mientras reafirmaba la idea de que el maíz era poco adecuado para el consumo humano. Este discurso tuvo tan amplia aceptación entre las clases media y alta urbanas, que se llegó a considerar la difusión del pan como medida de desarrollo y expansión del proceso civilizatorio occidental. En un manual de cocina Michoacana se llegó a considerar al trigo como “un señalado favor de la Divina Providencia a la humanidad”.
[9]
Los estudiosos del tema consideran que esta fue la circunstancia apropiada para la aparición de la torta compuesta, pues a falta de tortilla que rellenar se optó por usar la telera o el bolillo.

La revolución mexicana, que siguiendo esta línea discursiva sería la rebelión de los hombres de la tortilla, no logró modificar sustancialmente este prejuicio y aun un hombre como Manuel Gamio director del Instituto Indigenista Interamericano, se esforzó para reemplazar el maíz por soya. El discurso de la tortilla –dice Jeffrey Pilcher- funcionaba realmente como un subterfugio para distraer la atención de las desigualdades sociales. Cuando en los años cuarenta –dice este historiador- los investigadores del Instituto Nacional de Nutrición analizaron finalmente la dieta del país, descubrieron que el maíz y el trigo eran prácticamente intercambiables. La desnutrición rural no era consecuencia de la inferioridad de la tortilla, sino de la pobreza en que vivía la gente del campo. Un discurso muy semejante han construido actualmente las transnacionales y sus empleados respecto al maíz transgénico, con la diferencia de que ahora no se exaltan las cualidades de otro cereal como factor de desarrollo, sino que ahora es la manipulación genética del mismo maíz la que se presenta como la única alternativa para el progreso, la solución del hambre y la mejor alimentación de los mexicanos. Estudios posteriores demostraron que la tríada prehispánica de maíz, frijol y chile proporcionaba las cantidades adecuadas de todos los nutrientes esenciales. Las proteínas complementarias del maíz y los frijoles, cada uno de los cuales aportaba los aminoácidos que no existían en el otro, representaron una sorpresa muy especial para los investigadores, uno de los cuales declaró que “sería una verdadera estupidez pretender sustituir los frijoles y el maíz por otros alimentos equivalentes. Lo que interesa es complementarlos, llevar verduras y hortalizas, ensaladas y frutas”
[10]

A partir de estas certidumbres se logró frenar un tipo de argumentación contra el maíz, y aunque el prejuicio contra la tortilla perdura en sectores importantes de la población que no la consumen por razones de status, ganó terreno en la gastronomía urbana, principalmente en la rica variedad de tacos que se consumen en México. Por otro lado, el argumento de la deficiencia productiva de la gente del campo se cayó definitivamente ante la evidente capacidad productiva de los campesinos nahuas, mixtecos y mestizos que año con año introducen al país miles de millones de dólares en remesas, ocupando el segundo lugar después de los ingresos de la industria petrolera. La presencia de millones de emigrantes en los Estados Unidos ha generado en el país del norte una creciente demanda de tortillas y un próspero negocio para satisfacerla. Esa es la respuesta laboriosa e inteligente de los hombres de tortilla han dado a los problemas que les ha planteado la modernidad, una modernidad inequitativa e injusta. Indudablemente que las familias campesinas han entendido mucho mejor los dilemas de la modernidad que los rancios sectores racistas que los condenan a la extinción retirando el apoyo al campo mexicano desde hace al menos 25 años.

Ser modernos, dice Marshal Berman, es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras y poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos. Los entornos y las experiencias modernos atraviesan todas las fronteras de la geografía y la etnia, de la clase y la nacionalidad, de la religión y la ideología: se puede decir que en este sentido la modernidad une a toda la humanidad. Ser modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones. Es estar dominados por la inmensas organizaciones burocráticas que tienen el poder de controlar, y a menudo de destruir, las comunidades, los valores, las vidas, y sin embargo, no vacilar en nuestra determinación de enfrentarnos a tales fuerzas, de luchar para cambiar el mundo y hacerlo nuestro. Es ser, a la vez, revolucionario y conservador… Podríamos incluso decir que ser totalmente modernos es ser antimodernos: desde los tiempos de Marx y Dostoievski hasta los nuestros, ha sido imposible captar y abarcar las potencialidades del mundo moderno sin aborrecer y luchar contra algunas de sus realidades más palpables.
[11]

El hecho de que la tortilla tenga más de tres mil años entre nosotros, alimentando a los hombres y mujeres de las más diversas culturas, sobre poniéndose a los más radicales cambios culturales, sobreviviendo a la estulticia de una modernidad mal entendida y a la torpe insensibilidad de las políticas públicas, es una muestra indudable de que ha sabido seducir con su aroma y su temperatura, su suave textura, su grata consistencia, su sabor placentero asociado a los colores azul, rojo, amarillo y blanco, ha sabido seducir, digo, a una generación tras otra, y confío en que así será hasta el fin de nuestros tiempos. Amén.


[1] Este texto NO fue leído en el Primer Congreso Internacional sobre la tortilla organizado por el Gobierno del Estado, ICOMOS y la BUAP. En el evento participaron transnacionales como Cargill, que comercializan productos transgénicos, pero NO fueron invitadas organizaciones que tienen un punto de vista diferente: Greenpeace, Colegio de Postgraduados, Movimiento sin Maíz no hay País.

[2] Códice Chimalpopoca, Anales de Cuauhtitlán y leyenda de los Soles, UNAM, México, 1992.
[3] Acosta Joseph, Historia natural y moral de las Indias, FCE, Biblioteca Americana, México, 1985, p. 170.
[4] Pilcher M. Jeffrey, ¡Vivan los tamales! La comida y la construcción de la identidad mexicana, ed, CIESAS-CONACULTA-Ediciones de la Reina Roja, Col. La falsa tortuga, México, 2001, p. 28.
[5] Calderón de la Barca, Madame, La vida en México, Ed. Porrúa, Col. Sepancuántos Nº 74, México, 1990, p. 48.
[6] Hays, H.R. Del mono al ángel, Caralt Editor, Barcelona, 1965, p. 80.
[7] Pilcher, Jeffrey, op. Cit. P. 110, 116, 118.
[8] Ibid, p. 119,128,
[9] Ibid, p.130-134.
[10] Ibid, p.148.
[11] Berman, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad, Ed. Siglo XXI, México, 1988.

viernes, 25 de septiembre de 2009


PRESENTACIÓN DE ALEJANDRO PEDRO CONTRERAS CHOPERENA

Mi amigo Carlos López Carmen, coordinador de este blog, fue muy generoso conmigo al invitarme a colaborar en su Columna Rebelde. Lo hizo al saber que con motivo de cumplir 50 convencionales años, estaba yo redactando algunas reflexiones sobre lo que yo entiendo actualmente acerca del la armonía, el cielo, la nirvana, la felicidad, etc., y cuyo alcance o logro es explícita o veladamente, el máximo anhelo de muchas de las gentes que me rodean.

No es mi intención en esta colaboración inquietar, evangelizar, invitar o incitar a la discusión o al debate a los generosos lectores. Ni siquiera es un afán mío de expresarme y debería yo permanecer muy discreto en este respecto. Es quizás solo la manera en la que yo quiero explicarme y entender este tema. El lector se dará cuenta de que mis reflexiones están basadas en el trabajo de muchos entendedores, pasados y actuales, en mi propio marco de referencia actual y en el desarrollo de mi entendimiento después de arduas batallas mentales.

Aunque debería observar el sagrado precepto de no meterme en la vida privada de los demás sin que me sea solicitado, te quisiera decir que el logro de la armonía individual, el cielo, la nirvana, la felicidad, etc., es algo que se logra con un profundo trabajo individual. Lograrlo aquí y ahora es posible, y es mi absoluta responsabilidad. Lograrlo no es algo místico, mitológico, religioso o mágico. No es algo externo a mí. Para mí es sumamente liberador. Al ser de mi absoluta responsabilidad alcanzarla, me libera de ese destino “fatal”, dejo de ser víctima de factores externos (clima, crisis, parejas, hijos, jefes, gobiernos, astros y constelaciones, etc.), convirtiéndose en un tema de actitud ante la vida, pudiendo ejercer así mi absoluto albedrío.
Alejandro P.

chope_1959@hotmail.com

21 septiembre de 2009

jueves, 24 de septiembre de 2009


LOS AMORES VAN Y VIENEN...

No hay peor sufrimiento que amar con miedo,
el día que nació el amor, también él se marchó.

Una esclava siempre vive con incertidumbre,
y un esclavo también…

Los esclavos no podemos proteger a los amores,
ni prometerles que estaremos con ellos
mientras nos necesiten.

Demasiado prontos a los amores los perdemos,
por eso es mejor no traerlos a la vida.

Siempre supe que mi amor se iría sin mí,
en la cabeza de los dos lo habíamos aceptado,
pero en el corazón no…

Mi amor podría salvarse solo si estuviera
señalado en su z´etoile y los loas lo permitieran…

Pero ni todas los loas juntos podrían evitar que
se marchará sin mí.

Carlos López Carmen

23 septiembre de 2009
3.25 PM

Sentimientos que llegaron de:
La isla bajo el mar
Isabel Allende

domingo, 20 de septiembre de 2009


PRESENTACIÓN DE CARLITOS G. PÉREZ SAFADY
(El ladrón de libros)

Soy el ladrón de libros, nuevo colaborador de la Columna Rebelde. Fui invitado a escribir por Carlos a escribir de vez en cuando en esta columna sobre cualquier tema que me interesara y tengo que confesar que si, tengo temas diversos, nunca hablo de lo mismo dos veces.
Nací y vivo en Puebla. Tengo solo un vicio, y ese vicio es leer, nunca puedo salir de mi casa sin un libro en mano (a veces dos) y nunca puedo parar de comprarlos tampoco. Sin embargo con tal vicio viene como pegado a este o incluido una falta de tiempo impresionante, nunca tengo tiempo suficiente para poder sentarme y disfrutar un libro una hora, por lo cual me veo obligado a leer en las luces rojas de los semáforos, en las filas, en el pequeño tiempo entre clases.
Si, aprovecho aquellos tiempos que muchas veces en nuestros apuros damos por sentados y que yo disfruto tanto por que son en aquellos momentos donde me doy el placer de ir a otros mundos, mundos de fantasía, lugares desconocidos, sentimientos guardados e ideas tan brillantes que solo podrían ser reflejadas en un libro. Podría decir que estos pequeños momentos, cortos minutos, son mis minutos de iluminación.
Aparte de mi gran vicio por la lectura, disfruto mucho el cine y esto es por que en cualquier película veo una historia, una voz, un pensamiento que alguien cuenta a los demás, pero es un mensaje que muchos ven pero pocos escuchan, y yo soy un chismógrafo cultural.
En mis artículos les hablaré exactamente sobre estas historias, historias que me han cambiado, historias que aun me están cambiando e historias que simplemente se quedaron en mi mente por equis o ye. Quiero a través de estos artículos no solo contarles historias, sino llevarlos mas allá del limite que muchas veces nos ponemos como una forma de autocensura o de pensamientos educados (¿Y si se molesta?, ¿Y si es una falta de respeto?). También me daré el tiempo de recomendar libros que se me han hecho fascinantes, creativos, llenos de ideas y pensamientos que en verdad hacen nuestra pequeña sino es que minima visión del mundo un poco mas grande.
Espero escribir cada semana sin embargo no lo puedo garantizar debido a los tantos libros, trabajos y tareas por terminar que en verdad parece que son interminables, yo pienso que es una forma perversa de hacernos perder el sentido de cuanto tiempo pasa para no darnos cuenta de todos esos pequeños momentos que poco a poco nos vamos perdiendo…
Le agradezco a Carlos la oportunidad de este espacio y nos seguiremos viendo por acá.

Carlitos G. Pérez Safady
El ladrón de libros.
e-mail. troyhorse31@hotmail.com

lunes, 14 de septiembre de 2009


HISTORIA INCONCLUSA

Ella, una rubia maravillosa, vestida sobria y para fiesta mortuoria… miraba el sarcófago que devoraba a su amor y en el mismo le entrega esta pasión a la madre tierra que no dispensa a nadie, recordé aquella vieja sentencia: polvo eres y en polvo te convertirás.

Los acompañantes que sólo están ahí para no estar, se fueron marchando uno a uno; paso a paso… a la hermosa rubia se le observaban mohines de dolor y de pasión, pues ahí, en ese lóbrego camposanto se quedaría a morar este ser, que hasta ese momento había sido el hombre más importante para ella en su ya mediana larga vida.

Sin poder más y posterior al abandono de todos aquellos que a la más intensa usanza histriónica, la avasallaron con sus palabras de cuento y con estas mismas rimas le dijeron: amiga, por favor no dudes en llamar si te sientes sola. Querida, te suplico no olvides que los amigos estamos para acompañarte en estos momentos. Hubo como siempre, tantas muestras de aprecio fingido como escoltas tuvo el rito final de la muerte…

Así que ella, la única doliente veraz de aquel impasse, que por cierto es tan natural como cuando una criatura es echada al mundo, tomó el camino de vuelta al recinto aquel adonde surgió este tórrido romance con el amoroso hombre que hoy se hallaba trocado en cadáver.

Su mente abigarrada de la pasión sólo comparable con la del Cristo Solar en su camino al Gólgota, la flagelaba con reminiscencias de los días aquellos estivales en que arropados sólo por sus cueros en aquella playa virgen y tropical, se solazaban en las abrasivas arenas que los contagiaban de canículas veneras para después enjuagarse las temperaturas y las sílices en las marinas aguas del océano.

También recordó los amaneceres cautivos dentro del bohío que los guarecía de las demás inclemencias de la intemperie, suspendidos en la hamaca en que se mecían los sueños y los futuros de juntos por siempre, estos bamboleos siempre los motivaron a enlazarse con fruición, lubricidad y lúdica sensualidad.

Optó por sólo caminar y caminar… así que no abordó ninguna clase de vehículo que la empujara al apartamento, pues en el fondo era el último sitio al que hubiera querido llegar, sin embargo no había más remedio pues su mente estragada por el drama vivido no le ayudaba a escoger otro paradero: quizá un bar, un café o una plaza comercial donde sobarse los dolores mercando cachivaches y bártulos diversos.

En los ires y venires de su cuerpo de un sitio a otro le llegaban pensamientos extraños, como: ¿Qué hubiera pasado si su amor no hubiera tomado la senda de Ra el gran dios astral de los moradores de la magnífica delta del Nilo? No se podía responder pues el dolor la vulneraba en grado superlativo, apenas podía orientarse de camino a su cubil.

El, siempre fue un hombre extraño, ensimismado y poco discernible; sin embargo y sin saber a ciencia cierta del porque ella se había enamorado de este hombre quedó en le limbo, pues nunca se enteró de la razón verdadera por la cual le comenzó a amar… Sólo emprendió esta empresa de venerar sin medida y sin razón sus aromas salinos y nocturnos, su sabor a café caribe de las mañanas invernales o quizá sus guisos: esos de sabores a todo y a nada, los huevos aquellos con morcilla, las pastas italianas de aceite de oliva que unas ocasiones salieron de la urna crudas y otras veces gourmets. O quizá por las sonrisas tatuadas en su rostro de gran macho, y que por cierto en ocasiones fue tan femenino en la cama como una amante mujer que conoce los secretos de la feminidad, fue en ese justo momento cuando evocó los éxtasis que él le escamoteo incluso a veces en contra de su propia voluntad; los besos y ósculos que él le embarró y le zampó por toda su geografía femínea, lugares que ni ella misma sabía que existían dentro de sí.

Tuvo que detenerse y descansarse en una banca del parque de los cerezos por el que iba cruzando, pues las emociones venéreas que el muerto le asestó en estas extrañas reminiscencias fueron superiores a sus fuerzas y a sus calmas. Permaneció largos minutos ahí postrada y pegada a las maderas de la grada comunal, haciendo denodados esfuerzos para que la abandonaran esos perversos pensamientos barrocos de insensibilidad para este momento tan aciago por el que estaba transida, la aflicción de la culpa por los recuerdos de la carne fueron siendo avasallados poco a poco por otras reflexiones más cristianas y propias para esta ocasión de dolorosa pérdida.

Así que ya de mejor ánimo, digámoslo así; retomó el camino a su derrotero inicial, es decir a la residencia suya, misma que compartió con el hoy amado, extrañado y muerto amor, habiendo retomando las riendas de su mente y de su cuerpo, se abalanzó por las aceras chisporroteadas por las lluvias que también se hubieron hallado presentes en el sepelio. Sólo podía pensar en él, en la gigantesca e ínclita pérdida, otra vez la máquina mental haciendo de las suyas, imaginaba que al llegar al apartamento, él, su amor, estaría ahí aguardándola como había ocurrido durante los últimos cientos de días…

A cada paso que le asestaba al pavimento la casa se acercaba más y más. Y como dicen los antiguos: no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Así que la rubia enlutecida por el estrago de la muerte y por la pena, se había acercado de manera insondable a su destino. Ya en la puerta de la construcción que contenía su vivienda y antes de abordar el ascensor hizo una última pausa, respiró profundo desde el vientre hasta hinchar los pulmones para que la caja torácica contuviera todo el aire renovador que necesitaba para dar inicio a esta nueva vida.

Tomado de sabrá Dios donde y con el valor que ella misma se desconocía, subió en el elevador hasta el enigmático y supersticioso piso número trece, ahí se apeo del artefacto e hizo en sus pasos una conversión a la derecha para dirigirse a la puerta del apartamento trece cero tres, extraña y coincidentemente los números tres habían marcado su vida desde la infancia, ella fue la tercera hija del matrimonio de sus padres, hubo nacido un tres de marzo de mil novecientos sesenta y tres año de nuestro Señor, y esta era la tercera relación verdaderamente importante en su vida.

Vallamos pues ya sin más preámbulo al acontecimiento que nuestra rubia iridiscente había estado soslayando de manera evidente.

Llegó finalmente a la puerta que le evitaba franquear el umbral de su morada, estando ahí frente al comienzo de su soledad más rotunda, lentamente abrió las correas de su bolso, buscó con la mano derecha y sin mirar hacia adentro de la alforja las llaves de los cerrojos de la mampara… al no sentir que las hallaba, con ambas manos agitó la talega para asegurarse que se encontraban ahí… escuchó el tintineo metálico de las ganzúas con las que abriría esta nueva vida, las cogió y atacó los picaportes, estos cedieron como las murallas de Jericó y ella traspasó suavemente la entrada, dio dos pasos hacia adentro e igualmente de manera sutil y lenta devolvió la puerta a su marco, y como quien no quiere la cosa logró poner el pestillo del seguro.

Con paso cancino y levitando por el estado extático del trance, como una flamígera sombra fantasmal avanzó sin los pies sobre la alfombra, ella era un espíritu en esos instantes, sólo era su propia alma, no se recordaba a sí misma del cuerpo hasta que al pasar junta a la barra de la cocina su carne olvidada por ella misma le reclamó un poco de agua… ella advirtió la necesidad y como una autómata cogió un vaso de cristal tan translucido como lucía su rostro ahora sin la vida del amor, lo lleno de su necesidad y sólo vertió uno poco en sus labios, dejó el copa a medio vaciar y reemprendió su camino a la habitación ahora sola sin su amor, sin el hombre que le había llenado el espíritu y el cuerpo. Tuvo otra lucha interna para poder vencer la puerta de la alcoba antes nupcial… aguardó unos instantes, giró lánguidamente la perilla de la chapa y fue desentornando con delicadeza la compuerta que la contenía a ella misma y a sus ansias de penetrar y hallarlo ahí y olvidar y desaparecer todo este impasse mortuorio…

Terminó de abrir de par en par la puerta… esperaba hallar una absoluta oscuridad y encontrar la recamara llena del vació que sólo ella podía sentir. Sin embargo no ocurrió aquello sino de manera contraria, una luz mortecina alumbraba la habitación, era esta una iluminación subrepticia, reptante, una luz que no iluminaba era sólo un resplandor ligero como una suave brisa perdida en primavera. Cuando sus ojos se acostumbraron a esa escasez iluminativa, no podía dar crédito a lo que sus ojos estaban mirando, él, él estaba ahí su amor, su hombre… dentro de su cabeza le agolpaban los pensamientos, las preguntas la invadían, ¿Qué es esto? ¿Es esto es real? ¿Qué está ocurriendo?... el hombre de su vida se encontraba en mismo lecho que los había acunado durante tantas y tantas lunas, la rubia descompuesta por la desazón y por el desconcierto y con los ojos a punto de desorbitárseles, se tuvo que detener de las jambas del marco, para no caer desmayada por la impresión.

Ella no pudo articular palabra alguna, sólo miraba estupefacta como si hubiese comido alguna planta enteógena y esta estuviese vengándose del exceso. Él la llamó y le dijo: ven tócame estoy vivo, si, soy yo, no estoy muerto…

Él sonreía de forma extraña, tenía una mueca maquiavélica y perversa, además se le veía perturbadamente divertido… la rubia mecánicamente se acercó venciendo el pánico que le había arrobado este episodio tan convulsivo, el hombre acercó su mano y ella le permitió tocar la suya para instantáneamente retirarla…

Algo dentro de ella se desgarró, el sostén de su alma se resquebrajó… e hizo a la velocidad de la luz una cantidad enésima de suposiciones quizá para justificarlo, sin embargo no lo logró, pues su proceder enfermo había sido incuestionable y evidente…

Estaba ella excéntrica, fuera de todo foco y contexto… su interior le reclama a ella misma, ¿Por qué este hombre había fabricado toda esta patraña? ¿Para que lo había hecho? Y más, y más cuestionamientos la invadieron y le colonizaron todo: el cuerpo, la mente y el espíritu…

Ella sabía que fuera lo que fuere, hubiera explicación o no, no volvería a saber nada, absolutamente nada de este remedo de hombre, sin duda el más pernicioso y perverso que había cruzado por su camino…

Por ahora es cuanto compañeros…

Carlos López Carmen

Lunes 14 de septiembre de 2009
1.05 AM

columnarebelde@hotmail.com